¡La otoñada es pura química!
En otoño el pigmento verde desaparece y los amarillos y anaranjados tienen la ocasión de dejarse ver. Parece hecho como por arte de magia, pero… ¡la genética tiene la explicación!
Los primeros cambios de color en las hojas se producen por alteraciones en la concentración de los pigmentos que intervienen en la fotosíntesis.
La clorofila es el pigmento que determina el color verde de las hojas y la principal responsable de la fotosíntesis. Esta clorofila predomina más en verano y primavera porque los días son más largos y hay más horas de luz solar.
En otoño las horas de luz empiezan a disminuir y los días se vuelven más fríos y muchos árboles, arbustos y herbáceas dejan de fabricar alimento y por lo tanto ya no necesitan clorofila. Entonces, otros pigmentos presentes en las hojas se hacen visibles, ya que antes estaban enmascarados por el color verde dominante. Uno de esos pigmentos es el carotenoide que es de color amarillo y anaranjado y que juega un papel secundario en la fotosíntesis.
A medida que avanza el otoño esos carotenoides también desaparecen dando pié a las antocianinas. Estos son los pigmentos responsables de los intensos colores rojos y púrpura. Estos pigmentos se producen en la descomposición del excedente de azúcares presente en las hojas. Así que cuanto mayor sea la concentración de antocianinas, mayor intensidad cromática.
La luz brillante, el tiempo seco y el frío aumentan los niveles de las antocianinas. Concretamente, el frío inhibe el movimiento de los azúcares hacia afuera de las hojas de manera que permanecen en ellas para convertirse en estos pigmentos.
La intensidad del color de otoño varía entre especies y también influye la luz y la temperatura.
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